El fracaso es una palabra que aterra. Su origen etimológico se relaciona con «estrellarse» y refleja un golpe que nos obliga a detenernos y reevaluar. A menudo, lo vemos como un sinónimo de derrota definitiva, sin embargo, el fracaso no es algo negativo en sí mismo, sino una experiencia cuya influencia depende de cómo seamos capaces de gestionarla.
¿Es realmente malo fracasar?
A veces olvidamos que el fracaso es, en esencia, una parte inevitable de cualquier proceso de aprendizaje. Solo se vuelve negativo cuando lo evitamos por completo, cuando lo vemos como un obstáculo insalvable o cuando dejamos que defina nuestro valor.
Al contrario, si logramos integrar el fracaso como una herramienta de mejora y autoconocimiento, descubrimos que nos da la oportunidad de evaluar nuestras habilidades, comprender nuestras áreas de crecimiento y aprender a ajustar nuestras expectativas.
En este fragmento de la entrevista de Alex Fidalgo a Juan Ramón Lucas en su podcast «Lo que tu digas», el periodista habla sobre el fracaso (subtítulos en inglés en opciones).
Para ver el podcast completo enlace aquí
El wonderfulismo y la presión por el éxito constante
Vivimos en una sociedad que ensalza el «wonderfulismo» o la creencia de que todo debe ser maravilloso, pleno y exitoso. Esta cultura nos impulsa a evitar la vulnerabilidad y a ocultar los momentos difíciles, enfocándonos solo en los logros y en los aspectos agradables de la vida. El «wonderfulismo» nos hace pensar que sentirnos inseguros, frustrados o cansados es un fallo en nuestro carácter. Sin embargo, esta visión solo nos aleja de lo que realmente nos hace crecer: aprender a enfrentar las emociones desagradables.
Fracaso y emociones: la importancia de aceptar lo incómodo
El fracaso y las emociones desagradables que lo acompañan, como la frustración o la decepción, son esenciales para nuestro desarrollo emocional. Evitar estas emociones solo perpetúa la ilusión de que siempre debemos sentirnos bien, cuando la realidad es que el crecimiento implica momentos de incomodidad. Aceptar las emociones desagradables como parte natural del camino nos ayuda a procesar mejor cada experiencia y a desarrollar una mayor consciencia y regulación emocional.
Un reconocido profesor de trombón español compartía en una entrevista su enfoque particular: para él, las audiciones orquestales de sus estudiantes no eran más que “pruebas pedagógicas”. Al renombrarlas de esta forma, se transforman en un punto de paso dentro del proceso de aprendizaje y no en un «lugar de llegada» definitivo. Este cambio de perspectiva ayuda a los estudiantes a ver el valor en cada audición, incluso si no es su mejor desempeño.
Fracaso y experiencia escénica: un aprendizaje continuo
¿Quién no ha tenido una experiencia escénica desafortunada? Dedicamos horas de estudio y visualización para un concierto o una audición, y, aun así, puede que el resultado no sea el esperado. La clave está en ver estos momentos como oportunidades de aprendizaje, no como etiquetas de derrota.
Hablar solo de los éxitos y esconder los fracasos es una práctica común, pero la realidad es que ambos son partes igualmente valiosas de nuestro recorrido. No solo los triunfos nos han llevado a donde estamos, sino también esos momentos duros que nos desafían a mejorar. Aceptar, entender y reconocer una situación incómoda nos permite procesarla mejor, desarrollando nuestra autocompasión y resiliencia.
Reflexión final: el poder de la autocompasión
El fracaso es un recordatorio de que somos humanos, de que los obstáculos forman parte del camino. Al aprender a aceptar nuestras emociones, incluidas las que intentamos evitar, crecemos en empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás.
No podemos controlar todos los aspectos de nuestras vidas, pero podemos aprender a interpretamos y responder de una manera más adaptativa ante nuestros errores y caídas. Y en eso, radica nuestra verdadera fortaleza.
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